Lamentamos informar a los despistados que San Jorge no era, no, un santo muy lector que sepamos. Lo suyo iba, según la Leyenda áurea, de lanza ―pilum― en ristre. Justo a la inversa que nuestro gran héroe de papel, que vivió pegado a los libros y sólo ya al atardecer de su vida, tomando el nombre de don Quijote, decidió empuñar la lanza. Es la muerte del padre de este san Jorge a lo profano la que conmemoramos cada 23 de abril fuera de los altares.
Quien tiene en casa alguna de las obras de Cervantes y las lee en este día cumple sobradamente con su liturgia. No hay mayor cercanía con su espíritu. Pero las bibliotecas, en ocasiones, tienen el don de transmitir la presencia corporal de un autor al margen de la copia impresa. Y así nos complace mostrar al público dos obras que conservamos pertenecientes a personajes que sirvieron con Cervantes en la que llamó con gran verdad en el prólogo de sus Novelas «la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos ni esperan ver los venideros», la batalla de Lepanto.
La primera es una copia del gran comentario a la Biblia del judío converso Nicolás de Lyra (†1349), franciscano francés, publicado en 6 volúmenes por Frobenius en Basilea en 1498. Como se aprecia en la portada, pertenecieron al convento franciscano de Alcudia. Pero su primer propietario fue, presumiblemente, el que consta tachado: «Est usui fratri Michäeli Cerviani»; o, dicho según los papeles de la época, Miguel Servia (†1574), doctor en Sagrada Teología, confesor de don Juan de Austria y comisario eclesiástico de los ejércitos comandados por éste en Lepanto. Ambos visitaron al Manco, según cuentan las crónicas, en su convalecencia por las heridas de la batalla. La segunda es una Biblia, también incunable (Renner y Frankfurt, Venecia, 1475), con la portada y capitales decoradas y, en los mejores casos, también doradas. Su exlibris, manuscrito en letra cancilleresca española reza: «Es de don Jo: Batista DesPuig» (†1627), viejo guerrero al servicio de la Corona (había luchado en las Alpujarras contra los moriscos y todavía lo haría en Flandes) y capitán en aquella jornada que terminó sus días con honorables cargos palmesanos (Batle, conseller, jurat).
El temple de ambos, tan lejano del que da por supuesto el vulgar credo negrolegendario (españoles fanáticos, iletrados y brutos), se atisba en las citas con que firmaron sus exlibris. El franciscano, en griego: Apechou kaí anechou, o sea, aguanta y abstente. El futuro Batle de Palma: «frustra sapit qui sibi non sapit» (de nada vale el saber que no aprovecha). En fin, que en aquellos soldados no faltó letra, como tampoco a nuestro Manco, que no fue excepción. Sigan viviendo, pues, en nuestras lecturas y recuerdo agradecido.
Dr. José Manuel Díaz Martín, técnico bibliógrafo
Nota del director: agradecemos sinceramente a Mn. Gabriel Rosselló Rigo la cesión de estas fotografías y de otras, que últimamente ha ido realizando en nuestra biblioteca, a fin de poder disponer de un rico banco de imágenes de nuestro fondo antiguo.