Vet aquí el «Beatus ille» del poeta llatí Horaci, en el qual s’inspiraren molts místics cristians, especialment Fray Luis de León. Vos recoman que ho llegigueu fins al final. Precisament és en el final on Horaci ens dóna una bona dosi de realisme, demostrant ser un gran coneixedor de la psicologia de l’home… i de la seva vanitat! Llegiguem, doncs, el passatge horacià que hem pres de la bona edició de l’editorial Gredos:
«Feliz aquel que de negocios alejado, cual los mortales de los viejos tiempos, trabaja los paternos campos con sus bueyes, de toda usura libre. A él no lo despierta, como al soldado, la trompeta fiera ni teme al mar airado; y evita el Foro y las puertas altivas de los ciudadanos poderosos.
»Y así, o bien casa los altos chopos con los crecidos sarmientos de las vides, o bien, en un valle recoleto, contempla las errantes manadas de mugientes reses; y cortando con la podadera las ramas que no sirven, otras más fértiles injerta; o exprime mieles que guarda en limpias ánforas, o esquila a las débiles ovejas. Y cuando el otoño asoma por los campos su cabeza, de dulces frutas ataviada, ¡cómo goza recogiendo las peras que ha injertado y uvas que rivalizan con la púrpura, para ofrecértelas a ti, Priapo, y a ti, padre Silvano, que guardas los linderos!
»Ora le place tenderse bajo una añosa encina, ora sobre el césped bien tupido. Entretanto, las aguas corren por riberas hondas, se quejan las aves en los bosques, y suenan las fuentes al manar sus linfas, invitando a entregarse a dulces sueños. Mas cuando la invernal estación de Júpiter tonante apresta las lluvias y las nieves, o bien a los fieros jabalíes acosa de aquí y de allá, con muchos perros, hacia las redes que les cortan la escapada, o con la percha pulida tiende ralas mallas para engañar a los voraces tordos; y caza con el lazo la tímida liebre y la emigrante grulla, trofeos placenteros. ¿Quién no se olvida, en medio de todo esto, de las malas cuitas que provoca Roma?
»Y si una mujer honesta arrima el hombro en la casa y con los dulces hijos —una como son las sabinas o la esposa del ápulo ligero, quemada por los soles—; si ella amontona viejos leños en el hogar sagrado a la llegada del cansado esposo, y encerrando el lozano rebaño entre trenzados zarzos, vacía las hinchadas ubres; y tras verter del dulce jarro vinos nuevos, prepara una comida no comprada, entonces no han de placerme más las ostras del Lucrino, ni el rodaballo o los escaros, si es que alguno hacia este mar desvía el temporal que truena en las olas del Oriente. Ni el ave africana ni el jonio francolín bajarán más gratos a mi panza que la oliva elegida de las ramas más pingües de los árboles, o la hierba de la acedera, amante de los prados, o las malvas saludables para el cuerpo enfermo, o la cordera sacrificada en las fiestas Terminales, o el cabrito arrebatado al lobo.
»Entre estos festines, ¡cómo agrada ver a las ovejas corriendo a casa ya pacidas, ver a los cansados bueyes arrastrando el arado vuelto sobre el cuello lánguido; y a los siervos nacidos en la casa, enjambre de una finca acaudalada, sentados en torno a los lares relucientes!»
Una vez que dijo todo esto, el usurero Alfio que estaba a punto, a punto de hacerse campesino, reembolsó todos sus cuartos el día de los idus…, y ya busca dónde colocarlos en las calendas.
(HORACIO, Epodo 2. En HORACIO, Odas, canto secular, epodos, Madrid: Gredos, 1982, pp. 522-525).